Ciudad de México.- Talentoso y encantador, polémico y antojadizo. La carrera de Míchel se ha movido en la fina línea que separa la genialidad de la egolatría, aunque su exquisita educación y esa sonrisa blanca que sabe poner hace que deje siempre buen recuerdo en el aficionado.
José Miguel González Martín del Campo (no lo llamen por su nombre, sólo responde a ‘Míchel’) debutó con el Real Madrid en 1982, recién cumplidos los 19 años. Fue el primero en hacerlo de lo que será la Quinta del Buitre, cinco jugadores salidos de la cantera madridista (Butragueño, Martín Vázquez, Sanchís, Pardeza y Míchel) que marcaron una época en el club, conquistando cinco Ligas consecutivas en España (récord) y convirtiéndose en auténticos iconos de sociedad, símbolos jóvenes y guapos de una ciudad vigorosa y un optimismo casi naïf. Parecían cantantes, actores de telenovela. Y Míchel el que más.
Lo bueno es que a la imagen le acompañaba el rendimiento. Míchel jugaba bien. Más aun, era fantástico. Uno no sobrepasa los 400 partidos con la elástica del Real Madrid si no lo es. Uno no queda cuarto en un Balón de Oro (1987, ganó Gullit) si no encierra en su cuerpo toneladas de clase. Desde su carril privado en la banda derecha se hinchaba a poner centros de gol que los delanteros sólo tenían que empujar a las redes. A veces hasta probaba él mismo a disparar. Anotó casi 100 tantos. Fue también 66 veces internacional, con 21 goles. Y eso que lo retiraron pronto. Veremos.
Porque Míchel también tenía la otra cara. La polémica, la transgresora. Nunca fue un futbolista al uso, uno de los de agachar la cabeza y apretar los dientes. No, él expresaba disconformidades. Como cuando abandonó un partido en el Santiago Bernabéu porque sus hinchas le estaban pitando. También tuvo polémicas sonadas con su compañero Hugo Sánchez. No se hablaban en el vestuario. “Pero me cansé de ponerle balones el año en que metió 38 goles en Liga”. O sus disputas con Javier Clemente, el seleccionador que lo borró (a él y a toda la Quinta) del combinado nacional en 1992, cuando estaba en su mejor momento. “Prefiero poner a Luis Enrique porque Míchel no aguanta físicamente”, dijo el técnico vasco. “Clemente sigue viviendo de los éxitos de hace una década con el Athletic”, contraatacó Míchel. O, en fin, la imagen más conocida de Míchel, el video que hoy llamaríamos viral. Un partido frente a aquel Valladolid que en 1991 jugaba a ritmo de ballenato (con Carlos Valderrama, Leonel Álvarez y René Higuita en el campo, Pacho Maturana en la banda). A la salida de un córner, Míchel se empareja con Valderrama y, sin saberse muy bien la razón, le toca repetidas veces los genitales. Una broma, dirá Míchel, una como hay tantas en el campo, que busca desconcentrar al contrario. El problema es que ya había muchas cámaras en la época, y la imagen quedó para el recuerdo. Ese mismo año los aficionados rivales acudirán a sus campos con pelucas imitando la rizosa melena de Valderrama. En fin, anécdotas.
Míchel terminó su carrera como futbolista en el Atlético Celaya. Allí coincidió con Emilio Butragueño y, paradójicamente, con Hugo Sánchez. Y siguió sirviéndole balones para que hiciera sus volteretas.
Tras su retiro, comenzó una carrera como comentarista deportivo, a la vez que esperaba oportunidad en los banquillos. Ésta llegó en 2005, cuando dirigió en Segunda División B (la tercera división en España) al Rayo Vallecano. Después ha pasado por numerosos clubes como el Getafe, el Málaga, el Sevilla, el Olympiacos o el Olympique de Marsella. En ese periplo ganó dos Ligas en Grecia (una adornada también con la Copa helena) y jamás se ha quitado la espinita de no haber podido dirigir a “su” Real Madrid (solo llegó al equipo filial, pero dimitió por discrepancias con Ramón Calderón, de aquellas presidente del Club). Ahora arriba a México, al Universidad Nacional, con todos los ojos puestos en él y la responsabilidad de reconquistar trofeos para una hinchada huérfana de ellos desde hace casi una década. Una muesca más para un hombre, Míchel, que si por algo destaca, es por no haber pasado desapercibido jamás.