Sin los reflectores de antaño, ni el ruido mediático a la que estaba acostumbrado, así transcurrió este domingo la elección interna del PRI, en donde, como ya estaba anunciado, el campechano, Alejandro Moreno Cárdenas, Alito, ganó con amplio margen la dirigencia nacional.
Lo que si no faltó, y eso era algo esperado también, fue la denuncia sobre la chapuza, la transa, y el fraude entre los candidatos. Urnas embarazadas, robo y compra de votos, acarreos, y toda la colección de pillerías que el PRI ha patentado a través de sus historia, se vivió este domingo en su elección.
Fue un medio de la soledad; una elección para el olvido; ni siquiera las figuras tradicionales salieron a votar, lo que refleja la realidad que vive el partido: una organización partidista que tardará años en volver a ser protagonista en las urnas, y en la lucha política en México.
La elección priista de este domingo hizo recordar a aquellas elecciones desangeladas, pero conflictivas que celebrada el PRD y sus tribus de la izquierda que se peleaban por el membrete que les dejaba jugosos cochupos a sus líderes. Ganaron los que siempre han ganado. Los que han ocupado y disfrutado el poder. La militancia como siempre estuvo ausente y solo salieron a votar los promovidos, o los que están en los padrones de quienes han tenido presupuestos para comprar el voto.
La ausencia de votantes fue general en todo el país, incluso en Estados gobernados por el PRI, como San Luis, Coahuila, Hidalgo, incluso el mismo Campeche de donde es Alejandro Cárdenas; los reportes hablan de que en el Estado donde gobernó Alito no solió a votar ni el 30 por ciento del padrón. Igual en Yucatán tierra de Ivonne Ortega, y en Oaxaca donde Ulises Ruiz, es repudiado por sus seguidores.
En Tamaulipas, fue patética la imagen en donde la dirigente Yalheel Abdala, acudió a votar completamente sola. En Nuevo León, salieron a votar los lÍderes, pero de la militancia ni sus luces.
En manos de Alito, el PRI, nada tiene quÉ hacer frente a Morena y el PAN, pues es de todos conocido que llega a generar una dinámica electoral para favorecer al partido de López Obrador en el 2021, donde existe un acuerdo de facto para que Morena mantenga la mayoría en el Congreso Federal y el presidente saque adelante las reformas de la Cuarta Transformación, y que sólo puede lograrlo con el apoyo del priismo.
El descaro de Alejandro Moreno es tal que fue pública la bendición que recibó de AMLO en palacio nacional para ganar la presidencia del partido. También el apoyo
abierto que recibió de todos los gobernadores priistas en los Estados, en donde les permitiera a estos operar sin estorbos ni impedimentos las sucesiones en sus Estados en el 2021, incluso en aquellas entidades como Nuevo León, en donde desde ahora se cocina la alianza PRI-Morena para pelear la gubernatura.
Queda claro entonces que el PRI seguirá siendo un partido de cúpulas, de arreglos y alianzas donde su militancia de a pie, jamás va a tener oportunidades de opinar ni de participar en las tomas de decisiones. El PRI es un partido que nació en el poder, y su corporativismo y prácticas corruptos le permitieron tener el poder por muchos años.
El PRI es un dinosaurio que difícilmente va a morir o a desaparecer; su capacidad de sobrevivencia es tal, que va a resurgir donde y cuando los intereses de la cúpula y las condiciones de los grupos de poder se amarren. Las siglas tricolores hoy están devaluadas y desprestigiadas, pero tendrán vigencia cuando el PAN o Morena se desgasten ante los electores.
En suma, PRI de Alito jugará en los próximos tres años un rol de esquirol. Hoy sirve a Morena, y si mañana las condiciones y las circunstancias le dicen que hay que apoyar al PAN, lo va hacer. Es descorazonador que hoy la militancia priista se entere que e PRI es un partido que sirve a los intereses del poder, público y privado, jamás a ellos. Ese es el partido que este domingo decidió que Alejandro Moreno Cárdenas ganara la dirigencia.