Ricardo Gallardo llegó al gobierno de San Luis Potosí con una narrativa que rompía esquemas. Su triunfo en 2021 se interpretó como un golpe al bipartidismo rancio que el PRI y el PAN se habían repartido por décadas. Ganó, además, con una fórmula populista, arropado por un discurso “antisistema” y una cercanía con el electorado que contrastaba con la frialdad de los anteriores gobernadores.
Sin embargo, ese capital político parece estar desperdiciándose. A tres años de gobierno, Gallardo tiene obras —muchas—, pero no tiene eco. Tiene ejecución, pero no tiene relato. Y en política, quien no sabe comunicar, está condenado a que le arrebaten la narrativa. Eso es exactamente lo que está ocurriendo.
El llamado “Pollo” ha hecho inversiones importantes, particularmente en infraestructura vial, salud, transporte público y programas sociales. Pero su gobierno falla —una y otra vez— en algo elemental: hacer llegar esos logros de forma efectiva, creíble y estratégica a la opinión pública. Parece que está gobernando para sí mismo, para sus redes sociales, para el círculo que le aplaude, pero no para la ciudadanía informada, crítica, ni para los sectores que deciden el voto.
La pregunta es incómoda, pero necesaria: ¿de qué sirven las obras si la gente no las entiende, no las respalda o ni siquiera las conoce?
La administración de Gallardo ha subestimado el papel de la comunicación política profesional. Su equipo, más enfocado en replicar videos de TikTok y en alimentar una especie de “culto al Pollo”, ha descuidado la construcción de una imagen institucional seria, confiable y capaz de generar consensos. El resultado es un gobierno que a diario ejecuta, pero que vive bajo sospecha, bajo críticas constantes y sin un control claro del mensaje público.
A esto se suma el problema de percepción. San Luis Potosí sigue siendo un estado con altos niveles de violencia, desigualdad y corrupción estructural. Aunque el gobernador insiste en que está transformando el estado, los indicadores sociales no acompañan el discurso. Y lo más grave: tampoco hay una narrativa sólida que explique hacia dónde va el estado, qué visión de futuro se construye ni cómo se está diferenciando su proyecto del pasado que tanto criticó.
Gallardo debería estar en la antesala de consolidar un liderazgo regional con miras a un 2027 donde el oficialismo tendría todo para reelegirse en el poder (aunque con otro rostro). Pero si no corrige el rumbo de su comunicación política, si no cambia a los operadores que sólo aplauden sin pensar, podría enfrentar una derrota en la gubernatura antes de siquiera imaginar una victoria en las presidenciales de 2028.
El desgaste no es solo administrativo. Es narrativo. Y si algo ha enseñado la historia política reciente es que la percepción lo es todo. Un gobierno que no sabe hablarle a su gente, que no sabe defender sus logros, está cediendo terreno —y poder— al adversario.
Y eso no es todo. Al desgaste por la incapacidad de comunicar se le suma un malestar más profundo: el que genera su alianza con Morena, el Partido Verde Ecologista y el Partido del Trabajo, los tres pilares de la llamada Cuarta Transformación. En San Luis Potosí, ese bloque ya no genera esperanza, sino hartazgo. Morena, por su parte, carga con los costos del poder y el desencanto nacional; el Verde opera con formas autoritarias que se sienten más caciquiles que modernas; y el PT, sin agenda propia, sólo sirve como comparsa de decisiones verticales.
En ese contexto, hay una reacción silenciosa pero peligrosa: el rechazo que crece en sectores estratégicos de la sociedad potosina. Empresarios, líderes de la iniciativa privada, asociaciones comerciales y actores económicos claves pueden mostrarse institucionales y prudentes en público, pero en privado ya han levantado la ceja. Están molestos, frustrados y críticos del gobierno de Ricardo Gallardo. Y ese murmullo que corre por debajo del radar —ese que no se ve en conferencias ni en comunicados— es el que realmente importa cuando se acerca una elección.
Ese malestar silencioso es también un reflejo del fracaso en la comunicación social del gobierno actual. No ha sabido leer el ambiente político. No ha podido contener ni neutralizar la crítica. Y lo más grave: no ha logrado convencer a los sectores que mueven la economía, el voto de opinión y la estabilidad del estado.
Así, Gallardo no solo se enfrenta a un problema de percepción: se enfrenta a un muro de inconformidad que él mismo ha ayudado a construir, por acción o por omisión. Y ese muro puede convertirse en el obstáculo que le impida cruzar el puente hacia la sucesión en 2027.





