La Iglesia católica de Cuba informó el viernes que el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, quien llevó su labor pastoral en medio de las dificultades que el proceso revolucionario cubano impuso a las prácticas religiosas y fue parte de un histórico acercamiento con Estados Unidos, falleció este viernes a los 82 años.
“Es un gran desafío para la iglesia (cubana) quedarse ahora sin el liderazgo de Jaime, que desempeñó un papel muy importante en la renovación de la iglesia cubana, pero yo diria también en la sociedad cubana”, dijo a The Associated Press Enrique Lopez, profesor de Historia de las Religiones en la Universidad de La Habana.
El exarzobispo Ortega fue el intermediario que posibilitó los diálogos entre La Habana y Washington y el reinicio de las relaciones entre ambos países en 2014, luego de que los mandatarios Raúl Castro y Barack Obama pidieran en secreto al papa Francisco ayuda para un acercamiento.
Aunque siempre se habló de la participación de Ortega y la Iglesia Católica en las conversaciones que acabaron con cinco décadas de ruptura diplomática, no fue sino hasta 2017 que se supieron detalles del papel del prelado: llevar cartas secretas de Francisco a las partes, intercambiar sus respuestas y posibilitar el acercamiento, según se reveló en un libro suyo publicado con respaldo del Vaticano.
En sus últimos años, ya retirado y como arzobispo emérito de La Habana, no se le vio mucho en público, pero continuó siendo recordado por su largo ministerio y la intensidad de los momentos históricos en los que se vio envuelto.
En abril de 2016, el papa aceptó su renuncia al frente de la estratégica Arquidiócesis de La Habana.
Su figura se había ido acrecentando con los años y alcanzó notoriedad cuando en 2010 y 2011 emprendió gestiones y logró un acuerdo entre la Iglesia y el presidente Raúl Castro para la liberación de un grupo de disidentes presos desde 2003.
A lo largo de su vida pública, muchos opositores lo acusaron de ser útil al gobierno, pero tanto él como sus colaboradores insistieron en que el lugar de la Iglesia no era la política sino la labor humanitaria.
“Algunos, pensando en la naturaleza de la Iglesia como una entidad política, de fuerza política, que no tenía de ninguna manera, hubieran querido que fuéramos… ‘el partido de la oposición que falta en Cuba’, y nosotros no podemos, nuestro rol no puede ser ése, porque habría una desnaturalización de la Iglesia”, dijo en 2012 a estudiantes del Centro David Rockefeller para Estudios Latinoamericanos en Massachusetts.
Le tocó además ser el anfitrión de tres visitas papales a Cuba, la de Juan Pablo II en 1998, la de Benedicto XVI en 2012 y la de Francisco en 2015.
“Para nosotros es como si hubiéramos perdido algo de esa gran comunión, lo que nos tocó a nosotros, que nos hiciera llegar el evangelio aquí a Cuba”, expresó a la AP Anibal Marrero, un devoto católico, el día de la muerte del cardenal.
“Es una perdida bastante dura, bastante triste, porque fue un cardenal dedicado a pedir mucha paz para el mundo”, dijo a su vez una santera que se dedica a leer cartas en la plaza de la Catedral y se hace llamar “Juana La Cubana”, devota religiosa afrocubana.
Ortega era hijo de un obrero azucarero y un ama de casa que padeció muchas enfermedades.
Nacido en la localidad de Jagüey Grande en Matanzas el 18 de octubre de 1936, el futuro sacerdote y su familia se mudaron a la capital de la provincia cuando éste tenía cinco años. El niño hizo sus estudios primarios para luego graduarse de bachiller en Ciencias y Letras en 1955.
Un año después ingresó en el seminario diocesano San Alberto Magno de los padres de las Misiones Extranjeras de Quebec, Canadá, a donde se trasladó posteriormente. Fue ordenado sacerdote el 2 de agosto de 1964 –la revolución ya había triunfado y los religiosos eran mal vistos– y nombrado vicario cooperador de la ciudad de Cárdenas.
En 1966 su ministerio se interrumpió bruscamente cuando las autoridades cubanas lo enviaron a las UMAP, un campo de trabajo militar en el cual se confinaron a religiosos, homosexuales y cientos de personas disconformes con el proceso revolucionario. Estos centros desaparecieron un año después, pero la marca de este tiempo siempre quedó en el joven sacerdote.
En 1967, Ortega fue nombrado sacerdote de Jagüey Grande y un par de años después fue promovido a la Catedral de Matanzas. Desde entonces mostró un particular interés por las actividades juveniles en la Iglesia y la evangelización en ese sector de la sociedad.
Durante estos años se desempeñó también como presidente de la comisión diocesana de catequesis y profesor del Seminario Interdiocesano de San Carlos y San Ambrosio en La Habana. Para 1978 su vida dio un nuevo giro, cuando se lo eligió obispo de Pinar del Río. Después le llegó una nueva promoción: fue trasladado a la sede metropolitana de San Cristóbal de La Habana el 21 de noviembre de 1981 a la cual renunció en 2011 al cumplir los 75 años y como lo establecen las normas vaticanas para los arzobispos.
En noviembre de 1994, recibió de Juan Pablo II el título de cardenal, el único en Cuba, cuyo gobierno comunista comenzaba a abrir el espacio a las religiones. Ortega se encontró entonces con otro problema: un crecimiento impresionante de la santería, una tradición sincrética entre el catolicismo y la cultura africana de los esclavos.
Sonriente, recibió a Juan Pablo II en enero de 1998 durante una histórica visita que conjuntó al Pontífice y al entonces presidente Fidel Castro.
En varias ocasiones se le mencionó como un posible sucesor del papa polaco.
Su retiro de la Arquidiócesis de La Habana fue aprobado en 2016 –dos años después de su participación en las conversaciones de acercamiento entre Cuba y Estados Unidos– y lo remplazó el obispo Juan de la Caridad García.
Ortega se quedó viviendo en antiguo seminario de San Carlos y San Ambrosio en el corazón de La Habana Vieja.
En años de tensiones y distensiones con las autoridades, demandó una y otra vez mayor espacio para la evangelización: acceso a los medios de comunicación, permisos para la educación religiosa y la caridad pública. Sin embargo, se esforzó para que su labor fuera interpretada en el marco de lo pastoral y espiritual, y rechazó intervenir directamente en la política interior.